Cómo haré
para tomarte en mis adentros, guitarra… Cómo haré para que sientas mi torpe
amor, mis ganas de sonarte entera y mía… Cómo se toca tu carne de aire, tu
oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda
quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas,
conversadoras como niñas… Cómo se puede amarte sin dolor, sin apuro, sin
testigos, sin manos que te ofendan… Cómo traspasarte mis hombres y mujeres bien
queridos, guitarra; mis amores ajenos, mi certeza de amarte como pocos… Cómo
entregarte todos esos nombres y esa sangre, sin inundar tu corazón de sombras,
de temblores y muerte, de ceniza, de soledad y rabia, de silencio, de lágrimas
idiotas…
Hoy anduvo
la muerte buscando entre mis libros alguna cosa… Hoy por la tarde anduvo, entre
papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí,
cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía
dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese
mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita
por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado,
buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas
clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma... Hoy
anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía, mis amigos, sus nombres, las
noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado,
revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su
hemiplegia, al Uruguay batllista, a Aristides querido, a mis anarcos queridos
bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables... Hoy anduvo la
muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos índices, las
fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me
habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de
subversión... Y no halló nada... No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi
madre, ni a Marx, ni a Aristides, ni a Lenin, ni al Príncipe Kropotkin, ni al
Uruguay ni a nadie. Ni a los muertos Fernández más recientes... A mí tampoco me
encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la
vida... Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles...
Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la
hora iba la vida, junto con su almuerzo... Hoy dejaré las puertas y las ventanas
de mi casa, abiertas... Y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa,
por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los
cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales...
La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del
farol... Y se echará en el piso como un perro... Y aguardará hasta la
madrugada... Hoy... Dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para
siempre... Mi corazón está mejor situado que mi casa... Mi casa, más cercada que
mi barrio... Mi barrio, cercado por mi pueblo... En mi barrio vive el
Presidente, cercado por un muro casi derrumbado...
Temblando,
con el frontal partido con el marrón, por el marronero, cae sobre sus costillas,
pesada como un mundo, la res... Cae con estrépito, de bruces sobre el cemento...
Balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un pobre costillar enorme, ya sólo
un pobre cuero y sangre, media tonelada de huesos astillados, hincados en toda
esa vida temblorosa y atónita... Ahí se va alzando, como un pesado pingajo,
atrapada por la pata por un gancho que le salta arriba, que la alza por un ojal
abierto en el garrón de un cuchillazo en plena estupidez sentimental, en plena
media tonelada de monstruoso dolor, incomprensible, absurdo, balando, plañidera
y tonta, como un escarabajo que no piensa, mientras medita lentamente por qué
duele tanto y por qué duele qué parte de quien es ella misma, la res, abierta al
descuartizamiento atroz por todas partes, que nunca habían dolido y que eran
tantas partes, tan extensas... Y que pastando nunca había dolido... Haciendo
leche, esperma, músculos, crin y cuero y cornamenta viva, que eran la vida misma
manando hacia sus adentros, vibrando tiernamente como un sol cálido hacia sus
adentros... Y nunca habían dolido... Ya está colgada... Las patas delanteras se
enderezan, se endurecen y avanzan hacia adelante y hacia arriba, implorantes y
fatalmente rígidas, rematadas en cortas pezuñas que hace un instante amasaban el
barro del corral, el estiércol de otros cien balidos, Dinosaurios del siglo de
las máquinas, nacidos para morir de un marronazo... Ahora ya es carne azul
colgada en la heladera: "Uruguay for export"... Aquella res, que murió de un
marronazo, cayó y tembló todo el frigorífico... Aquella otra res que recibió el
marronazo en plena frente, de dos dedos de espesor, mientras entraba al tubo
desconfiando porque allí no había pasto, alcanzó a comprender que había otra res
delante, balando, que ya se la llevaba el gancho... Y cayó detrás, también, y el
cemento tembló bajo esos huesos... Aquella otra res, que esquivó el marronazo y
que cayó también, con un ojo reventado una guampa partida, deshecha, también
cayó y tembló la tierra, tembló el marrón, tembló el marronero; la res, murió
temblando de dolor y de miedo... De un marronazo en plena frente "for export"
del Uruguay...
En la punta
del agua, una flor blanca, luminosa, de quince dólares, se hace chispa, se
abulta, se diluye, chorrea entre otras flores más pequeñas, llora, se agita, la
catapulta en chorro de agua y sube como bola en el aire... Está naciendo
siempre, mientras el agua canta en esa fuente de la boite... Entre aplausitos,
al compás de la orquesta, blanda flor blanca, acuosa, nostalgiosa en el aire...
Subida en los aplausos como espitada, hendida, empitonada... Gime y llora en la
noche, tira estrellas bailando bajo el humo, renace, llora por el chorro
azul-blanco de la fuente como si fuera planta que la cría -y que no es- ... y
sin embargo, así seguirá abriéndose, muriendo, hinchándose y flotando, mientras
dure la noche, su belleza infantil de ingeniería, su blando corazón bajo el
foquillo fijo y lechoso... El gringo, el chorro de agua a precio, el aire de
importación, esas hembras, el mozo, esos señores...
Hace un
buen rato ya que doy trabajo y vengo acostumbrándome al desuso de mi alma, a la
razón del enemigo, a mis sesenta cigarrillos diarios, a las malas costumbres de
mis canciones, que de algún modo siempre fueron nuestras, vos lo sabés, guitarra
negra... Hoy reanudo en un cómico enderezo la hora de ayer parada en su
nostalgia. Me hacen sufrir las alas que me puse para volar, mas grito y se
alzan, gimo y me acompañan, río y baten de a dos, como que están amándose y se
odian, sin embargo mis dos alas se odian, se enderezan, se hacen amigas mías
para llevarme por todas partes: allá está la canción, aquí la nada... Más allá
el pueblo y más acá el amor... Pero el pueblo está también más acá... Y antes
estaba allá también, detrás del pueblo el pueblo... Hemos viajado por todos mis
caprichos y el pueblo hozando el piso, amándose con alas como las mías...
Odiando su destino, odiándome y amándome sin alas, con millones de pies, con
manos y cabezas y lenguas... Y sus mil bocas dicen: "Ahora, la suerte ya está
echada..."
La mariposa viene hacia mí en la
calle, en el aire húmedo, por el aire húmedo bailando, por el aire agobiante,
ominoso, bailando en el aire caliente... Y yo vi que no era a mí a quien buscaba
sino a la muerte... Y que no buscaba la muerte también vi, porque no era
mariposa de la ciudad de hierro, ni nacida para eso, sino que era mariposa nada
más, en la ciudad, presa y ya muerta de antemano, fatalmente... Buscando en ese
bailar loco y frágil un ala, un grano, una pizca de polen en el cemento...
Porque la mariposa nace y no aprende nada hasta que muere en cualquier sitio,
herida de muerte por su semana justa, por su tiempo preciso, por su sorbito de
vida ya bebida... Eso no es tan triste... Triste es ver su cadena de huevos en
el hollín, depositados junto a un río de aceite, a la sombra de las altas
paredes de cemento... Su cadena de huevos de seda...
Hago
falta... Yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco, si no
estoy... Siento que hay un sitio para mí en la fila, que se ve ese vacío, que
hay una respiración que falta, que defraudo una espera... Siento la tristeza o
la ira inexpresada del compañero, el amor del que me aguarda lastimado... Falta
mi cara en la gráfica del pueblo, mi voz en la consigna, en el canto, en la
pasión de andar, mis piernas en la marcha, mis zapatos hollando el polvo... Los
7 ojos míos en la contemplación del mañana... Mis manos en la bandera, en el
martillo, en la guitarra, mi lengua en el idioma de todos, el gesto de mi cara
en la honda preocupación de mis hermanos.
Cómo haré
para tomarte en mis adentros, guitarra, guitarra negra... Dice Enrique, mi
hermano, que hay cierto perro hundido que se lame mansamente y nos lame,
lamiéndose, una herida quieta allá al fondo, sentado en su escalón... Y dice más
mi hermano el otro Enrique, en Praga. Dice que amarte con certeza, hacerte
enteramente hembra, darte lo que de vida tengan mis urgencias será amar más y
más a Jaime; amarlo, más de veras... Por su alma, su propio perro mordedor bajo
el garrote, el cable, el puñetazo, la bolsa de arpillera, el plantón y el
insulto... La olvidada mejilla que no ponen ni él ni nadie a golpear... Sino con
hambre y Rita y José Luis, con Gerardo y Raúl y Rosa y Sara y Mauricio... Y por
todos nuestros muertos... Y he sabido, guitarra, que este otro perro que
criaste, ladrador, campesino, a veces manso o vigilante, que roe su propio hueso
en la penumbra y gruñe... cual casi todo perro popular, vagará por tus anchas
veredas, tus milongas sangrantes... hasta morir también... Tal vez un día... De
soledad y rabia... De ternura... O de algún violento amor: de amor… sin duda.
Alfredo
Zitarrosa
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